La noticias de que la Cámara de diputados aprobó tres nuevos préstamos por un valor de US$625 millones, envía un negativo mensaje a la ciudadanía, por lo imprudente y contradictorio que resulta tal despropósito.
Si el país acaba de manifestarse irritado, en desacuerdo con una reforma fiscal, muy mal diseñada, de corte fiscalista y nada humana, y que tras retirarla del congreso por la presión popular el presidente Luís Abinader haya informado que buscarán otras vías para enfrentar la grave situación del desbalance entre ingresos y egresos, mal han hecho los legisladores en aprobar nuevos empréstitos, sin evaluar si podían ser revisados, pospuestos o desestimados, tomando en cuenta que el endeudamiento y el pago de los intereses a la deuda, es piedra de escándalo en la crisis a que hacemos referencia.
Ese tipo de comportamiento nos confirma, tristemente, que el gobierno no tiene un plan coherente con respecto al endeudamiento externo, donde todo el tinglado gubernamental funcione como un engranaje en una maquinaria. Un plan que trace las pautas acerca de cuáles préstamos , de qué naturaleza y hasta que montos pudiera ser considerados, y para qué fines. Un plan que igual tenga programado un límite anual de endeudamiento y una proyección en el tiempo para reducir su porcentaje con respecto al Producto Interno Bruto, y ni se diga con respecto a los ingresos por recaudaciones y pago de intereses, situación que ha llegado a su límite. El pago de intereses de la deuda actualmente, es más elevado que cuando la actual gestión de gobierno asumió la administración pública; mientras en el 2020 era de un 16.6 %, en el 2024 es de un 21.0 % del gasto total.
“Aunque usted no lo crea”, como titulaba su popular segmento de informaciones asombrosas, el periodista norteamericano Robert Ripley, el país tiene proyectado pagar este año 2024, sólo por intereses a la deuda, la friolera de $263,000 millones de pesos, lo que representa un 22% del presupuesto nacional.
No se puede dejar de mencionar en el problema de la deuda dominicana, la deuda cuasi fiscal del Banco Central, que ha ido creciendo cada año y ya acumula un monto peligroso, ascendiendo a un 15.1% con respecto al PIB. Esta deuda ha sido calificada por el economista español Daniel Lacalle como una “bomba de joyería”.
Estos datos escalofriantes, los resaltaba el ministro de Hacienda, Jochy Vicente, exhortando a cambiar esa trayectoria de la deuda, si queremos preservar la estabilidad macroeconómica del país. El funcionario pedía que la deuda no siguiera creciendo y que todo tenía un límite. Además, señalaba con razón, que “seguir financiando el desarrollo exclusivamente con deuda, acabaríamos creando una situación que atentaría contra nuestro desarrollo”.
Si un ministro habla de esa forma, es porque se entiende que son criterios de Estado en materia económica y que los legisladores, mayoritariamente del partido gobernante, debieron estar alineados con esos planteamientos, y no actuando de manera contraria.
Los nuevos préstamos aprobados son, de acuerdo a lo informado oficialmente, para “combatir los efectos del cambio climático y enfrentar los apagones”. No hay garantías de que esto se cumpla, pero además, el momento nos obliga a una revisión de todo lo que signifique endeudamiento. Por lo tanto, lo que debió primar en el congreso, era una posposición de esos empréstitos, para someterlos a una nueva evaluación y determinar su nivel de urgencia. No planteamos que los préstamos se desestimen, pero sí, dejar de suscribir préstamos y aumentar el endeudamiento para proyectos que podemos iniciar con recursos propios, y adelantarlos poco a poco, en la medida en que las circunstancias financieras del país lo permitan.
Ahora que estamos conmemorando el 180 aniversario de la Constitución fundacional del 6 de noviembre de 1844, votada en San Cristóbal, invocamos la doctrina de aquellos primeros legisladores. Ellos se negaron a aprobar el primer préstamo que les enviara para su aprobación el gobierno; un empréstito por un millón y medio de libras esterlinas, a 30 años y un 5% de interés, financiado por el banquero inglés Herman Hendrick, el que consideraron totalmente oneroso para las finanzas públicas.
También observemos la nueva corriente sobre el tema del desequilibrio fiscal y el presupuesto, que ya tiene sus prolegómenos en El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele acaba de adoptar una responsable y valiente decisión, ordenando que el nuevo presupuesto de esa nación se estructure sin estar sujeto a nuevos empréstitos, realizando una reingeniería para financiarlo sólo con los recursos que genere el país, una especie de “arroparse hasta donde alcance la sábana”.
Que estos ejemplos iluminen la mente de nuestro gobernante y su equipo económico, así como a los legisladores que nos gastamos, para que cambien su visión acerca del problema de la deuda, y le eviten, en un futuro no muy lejano, mayores sufrimientos al Pueblo Dominicano.
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